Arnau Alemany

Arnau Alemany nace en Barcelona en 1948, al pie de una colina, en uno de esos barrios que han crecido de una forma anárquica, sin orden ni planificación, a medida que han ido llegando inmigrantes de las zonas desfavorecidas de España; y donde los edificios han ido creciendo y ganado terreno, montaña arriba, en una cordillera que aprisiona la ciudad. Durante aquellos años se construyeron edificios en lugares inusuales y de difícil acceso creando un conjunto urbano insólito, cercano al disparate. Las obras de sus primeros años siguen unos planteamientos abstractos, que se convirtieron pronto en figurativos, evolucionando hacía un realismo detallista y cercano a lo mágico, que se ha convertido en característico de su estilo. Le gustaban las arquitecturas comunes neoyorquinas, parisinas y de la Barcelona intemporal, tanto de aquellas casas de barrio, como de aquellas otras más céntricas que no son ni modernistas ni novecentistas, aunque coetáneas. Diría que unos de sus modelos escondidos fueron la vieja Avenida Icària o la Via Laietana, sin incorporar a ninguno o casi de los edificios reales que las conformaban, sino inspirándose en su estructura y orientación. Y con elementos seleccionados de estas procedencias, pintados cuidadosamente, componía manzanas de casas que podía situar en el centro del campo o del bosque, y que a menudo estaban aisladas, como oasis, en medio de prados o llanuras desérticas. También hay árboles, en sus pinturas, que están literalmente engulliendo una casa o un tranvía, mientras la vida a su entorno continúa aparentemente impasible. En estos casos, la referencia urbana podía desaparecer. En sus inicios, Alemany a veces situaba sus grupos de casas encaramados sobre un acantilado tal vez basáltico, que según cómo pueden hacer pensar en la plástica tan intensa y especial de los filmes de Powell & Pressburger. Junto a una casa «de estilo», en sus cuadros puedes encontrar, como si fuera lo más natural, un gran depósito esférico de gas, o una fábrica. De vez en cuando, en estos escenarios aparecen imperturbables las ruinas de un edificio clásico, un templo gótico en estado de decrepitud o, a ras de suelo o sobre de un talud, un avión o un barco con toda su quilla a la vista, o no, porque el barco también podía estar surcando el asfalto en lugar del agua, y puede estar pasando también un submarino por un canal urbano no soterrado. Algunos vehículos más habituales circulan a menudo por sus paisajes: tranvías o autobuses, quizás oxidados, o fantasmagóricos sin exagerar, y algunos automóviles también, como aquellos que en una obra suya suben por una calle bien ancha y deben sortear la roca inmensa de piedra magmática que emerge justamente del centro de la calzada y que se eleva casi al nivel de los edificios. Todo era posible en los sueños que Arnau Alemany pintaba despierto. Por estos escenarios pasan también algunas figuras, pocas, que no eliminan la sensación de soledad que siempre tienen las composiciones. La luz es importante igualmente en estos cuadros: a veces es difusa, a veces de ocaso; siempre sin embargo convincente. Y unos gramos de ironía tenían un papel esencial en su creación.

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